Hay cosas que están cambiado. Ahora pedimos la comida por una aplicación desde el móvil. Ahora ya no vamos al banco y pagamos con el teléfono móvil. Ya no hace falta viajar porque dicen que si lo ponemos en la televisión lo vemos igual. O incluso ahora con la Inteligencia Artificial podemos hacer una receta de cocina.
Pero hay una cosa que nunca va a cambiar. Hay clásicos que nunca pasan de moda porque son eternos. Y es que son muchas las parejas que siguen pidiendo matrimonio en París. La ciudad del amor que hace que los enamorados se sientan más ilusionados que nunca. Es cierto que tendría que haber una estadística que nos dijera cuántas parejas se mantienen y cuántas se divorcian. Pero hoy nos vamos a poner cariñosos y os voy a contar mi historia, porque sé de lo que hablo. Lo reconozco sin rubor: yo pedí matrimonio a mi esposa en la Torre Eiffel.
Tengo que reconocer que mi mujer, Sofía, nunca imaginó que aquel viaje sorpresa, uno que hacíamos para desconectar del trabajo, ya que le acababan de echar de su empresa, cambiaría su vida para siempre. Es cierto que en los diez años que llevábamos de juntos, yo se lo había insinuado alguna vez, pero siempre como una broma. Recuerdo que se puso de moda eso de decir “y el anillo pá cuándo” que era la canción de la gran Jennifer López
Así que recuerdo que un viernes por la mañana le dije que prepara una maleta, pero ligera, porque nos vamos de viaje. “Solo confía en mí”, fueron mis palabras. La verdad es que no era algo habitual porque normalmente mi chica es una persona que lo suele planificar todo ello, es de ese tipo de mujeres que no le gusta delegar y se lo echa todo a la espalda. Pero en esta ocasión era mi momento.
Un viaje por el Sena
Cuando aterrizamos en París, los ojos de mi chica brillaron como nunca lo había visto. Ella siempre me dicho había que soñaba con recorrer sus calles, probar un auténtico croissant y perderse en la magia de la ciudad del amor. Que por cierto, es un apelativo muy bien puesto. Pues bien, durante dos días, recorrimos los rincones más románticos de la ciudad. No faltó el paseo en barco por el Sena, visitamos Montmartre y nos dimos un beso en el Pont des Arts. Es decir, que cumplimos con todos los clásicos que los enamorados tienen que hacer cuando llegan a esta ciudad.
Durante la segunda noche llegó la sorpresa. La llevé a la Torre Eiffel. La verdad es que es impresionante, no tiene nada que ver con lo que ves por la televisión. Desde allí arriba se ve una ciudad con miles de luces, aunque es cierto que al ser el mes de febrero, había una temperatura baja. Y cuando mi chica estaba mirando al infinito, llegué por detrás, le cogí la mano y se lo solté: “¿te quieres casar conmigo?
La pobre recuerdo que apenas podía respirar entre los nervios, el frío y el no saber qué decir. Por cierto, recuerdo que sí, hinqué rodilla, algo que también es un clásico. Saque una pequeña caja de terciopelo. Al abrirla, salió un pedazo de anillo Majorica con una perla resplandeciente que días atrás había comprado en la web de Arte Joya. Además recuerdo como anécdota que los días previos tuve que mandar este pedido online a la casa del vecino porque mi chica estaba en casa durante las 24 horas al día
No quiero que se me olvide. Por supuesto que me dijo que sí. Bueno, sus palabras textuales fueron “pues claro que sí, mi amor”. La verdad es que lo recuerdo como el momento más romántico de mi vida.
Además fue muy curioso porque el resto de los turistas empezaron a aplaudir como si hubiera metido un gol en el campo de Los Príncipes. El anillo fue para dentro, y así es cómo sellamos la promesa con un beso, y con la Torre Eiffel y París como testigos de un amor, que hoy todavía perdura. Y la verdad es que tengo que reconocer que mereció la pena todo.
Cuando volvimos a España, los amigos ya se olían algo por las fotos que fuimos poniendo por Instagram. La verdad es que como veis lo de pedir matrimonio en París es un clásico, y tengo claro que el 99% de las mujeres nunca dicen ‘no’.