Cuando era pequeña e iba a pasar unos días al pueblo con mis abuelos siempre pedía ser la primera en entra a la vivienda. Era una casona vieja y algo destartalada pero que a mí me encantaba. Cuando abrías la puerta por primera vez, después de estar varios meses cerrada, la primera bocana de aire que respirabas olía a campo, a las cestas de mimbre de mi abuela, y a la paja que mi abuelo almacenaba en el patio junto a la leña para la chimenea. Me encantaba ese primero instante y hace años que llevo esperando recuperar un trocito de todo aquello.
La culpable es, obviamente, la nostalgia. Ese sentimiento que nos acompaña cuando un olor, una canción o un recuerdo nos evoca algo entrañable del pasado que te gustaría poder revivir pero, desgraciadamente, es casi imposible. Más que nada porque aquella casa se vendió hace años y ahora, en su lugar, hay un lujo chalet que desentona bastante con el resto del pueblo pero ese es un tema aparte. Sin embargo, hace unas semanas, tuve una sensación similar cuando fui a recoger a mi hijo pequeño a casa de un amiguito suyo de la escuela. Cuando la madre del niño me abrió la puerta y respiré profundo no pude evitar recordar aquel momento en el que esa sensación de cobijo inundaba mis pulmones siendo niña.
Encontré lo que buscaba
Como es lógico, enseguida, busqué con la mirada el lugar de donde provenía ese olor a campo y me fije en que la decoración de su salón, muy rústica, estaba plagada de objetos de mimbre. Cuando el mimbre es natural, a pesar de estar tratado para su conservación, puede olerse y es un olor muy especial y característico que los muebles de mimbre mal acabados, las cestas prefabricadas y los baúles confeccionados al por mayor no tienen. La mayoría de aquellas cosas, que tantos recuerdos me evocaban, estaban compradas en Borras Hermanos, una cestería online a la que ya he accedido para comprarme un par de cosas. Todos sus productos son artesanos y están elaborados como antes, por eso me recuerdan tanto a mi pueblo y a mis abuelos y por eso les aplaudo desde aquí, para decirles que lo han hecho bien y deben seguir así porque este tipo de artesanía ya no se ve apenas en nuestro país.
Y es que hay aromas que son especiales, como el olor a lluvia, el olor de la tierra… no son descriptibles pero se reconocen con facilidad y suelen evocarnos miles de sensaciones y recuerdos. Hasta en eltiempo.com hay un artículo que habla de estos olores en el que se preguntan si realmente olemos la tierra mojada después de que haya llovido o es otra cosa lo que nos recuerda esa fragancia.
Por lo visto, muchas son las teorías sobre este hecho y parece que hay un estudio que asegura que los chubascos tormentosos acompañados con aparato eléctrico son los mejores aliados para que percibamos las fragancias de las lluvias refrescantes.